El teatro de la vida

Elegía en prosa para Alejandro Sotelo

Morir es dormir.

Y tal vez soñar.

Hamlet, W. Shakespeare.

Se cerró el telón de la vida para  el  compañero  Alejandro  Sotelo,  actor  del Grupo de Teatro de la Biblioteca Popular Sudestada. Fue el  domingo  15  de enero. Luchaba contra una dolencia que nos había llevado a reprogramar en noviembre pasado la última función que debía protagonizar. Jamás hubiera accedido a faltar a una representación de no  ser que le dieron  turno  urgente para un estudio a la misma hora en que debía actuar. Se volvió  a  sumar  al trabajo poco antes de las fiestas en la reunión de despedida del año y balance del 2022. Lejos de mostrarse sombrío por su salud, matizando  la  narración de sus achaques con fino humor negro, y entre proyectos para las obras a representar en 2023, recogió el guante que yo eché ofreciendo escribir un texto si es que alguien quería decir algo en el escenario. Fue allí mismo que propuso una pieza breve, donde un enfermo a punto de operarse  conversara  con  La Parca que, pidió él, debía representar nuestra compañera Camila Fernández. Rápidamente la idea nos entusiasmó, y en  el  acto,  entre  brindis y  empanadas, se me fueron ocurriendo ideas de situaciones puntuales a desarrollar, convenciones escénicas y hasta  el  título:  “Las  sandalias  de  San  Pedro”. Durante mi viaje de vacaciones, principios de enero, me llegó  un  watsap suyo con cuatro líneas posibles de texto. El día 9 entró al quirófano y no consiguió recuperarse de la intervención quirúrgica. Tenía 63 años.


Alejandro llegó un día de 2015 a cursar uno de los talleres de teatro de estudiantes avanzados, es  decir,  de  actores  con  buena  formación  teatral previa. De ese año me quedó en la memoria que trabajamos en la comedia del arte, y que hizo de modo impecable algún personaje de Moliere, quizás en “Las preciosas ridículas”. Para el año 2016 la propuesta fue trabajar una puesta ambiciosa durante todo el año y elegimos “La granada”, de Rodolfo Walsh. El grupo realizó el prodigio de representar 12 personajes con sólo 5 actores y actrices. ¿Cómo olvidar la memorable interpretación que hizo Alejandro de un personaje como Fuselli, el escéptico desactivador de granadas que filosofa mientras opera el peligroso artefacto a punto  de  estallar  en  manos  del Colimba? En el otro acto, con ductilidad, fue el Coronel que preside el consejo de guerra. Luego de una pausa con nosotros que transcurrió en otros grupos teatrales, regresó al Grupo de la Biblioteca Sudestada en 2020, con la idea de desarrollar monólogos y comenzó los ensayos de  un  texto  mío,  “Las desventuras de Batman”, que el aislamiento social obligatorio por la pandemia nos impidió estrenar. Tras el impasse de más de un año, regresamos a  los ensayos y en diciembre de 2021 estrenó un monólogo de mi autoría: “Lectura de derechos”, en el papel de quien rompe el aislamiento obligatorio para ir a llevarle flores a una novia y participó de la creación colectiva “Pantallazo” (parodia de una reunión por Zoom en pandemia), en el personaje de un sujeto peleado con la tecnología. Durante 2022  volvió  a  poner  en  escena  ambas piezas y propuso que trabajáramos un texto de Griselda Gambaro: “Decir si”. A la vez, le puso el cuerpo al personaje Oscar en mi pieza “Un muerto en el placard” que se estrenó en octubre  pasado.  No  pudo  realizar  la  segunda función en noviembre.



Escena de “Pantallazo” (12/2021). Alejandro en el centro, sin barbijo y de camisa celeste, parodiando un encuentro por zoom, haciendo del sujeto peleado con la tecnología.


El teatro es eso: cuerpo en escena. No tendremos más en nuestro pequeño escenario de la Biblio al cuerpo de Alejandro, formado con paciencia y esmero en el arte teatral. Fue un compañero exigente consigo mismo, de hablar lo preciso luego de escuchar a todos, de expresar con firmeza su opinión pero luego, tomada una decisión colectiva cooperativa o artística, se sujetaba a ella con disciplina. Tan autoexigente –y a la vez tan cortés de jamás reclamar reciprocidad a nadie- que esa misma disciplina que tenía consigo servía de parangón al resto. Solía desplegar un rostro serio que era uno de sus valores como actor, porque le permitía desempeñar personajes duros, hoscos, aún violentos o brutales o simplemente inquietantes. Pero apenas sonreía en escena se podía decir de él que había nacido para la comedia. Apagadas las luces era amable, ocurrente, pero siempre medido en la conversación, consiguiendo que cada palabra que emitía cobrase su valor y mereciera ser sopesada. Era el primero en aprender la letra y en llegar a los ensayos, bien dispuesto al trabajo. Le costaba escuchar de su director o compañeros decirle que había actuado bien. Vicio del oficio actoral: preferimos las críticas por los eventuales déficits o las creemos más sinceras que las felicitaciones. Él siempre quería dar un poco más, aún cuando lo hubiera dado todo. Una semana antes de entrar al quirófano, como les contaba, estaba enviándome ideas para el texto que quería representar este año. No llegué a decirle que tenía el título de la obra que él quería que le escribiera.

Un sujeto, una persona, es su  obra.  Lo  que  hace  en  el  mundo.  Acá reseñé lo que Alejandro hizo en el mundo en la parte que le tocaba compartir con nosotros, sus compañeros y compañeras de teatro en la Biblio. Que quizás seguiremos esperando, en los  martes  de  ensayo,  que  cruce  raudo  la  puerta con su mochila al hombro rumbo a la cocina, para prepararse el te antes del ensayo mientras hace un repaso de la letra. Y nos extrañaremos de que se esté demorando o de que vaya a faltar. Hasta que  nos  acordemos  de  que  quizás ande por otros teatros, esperando, con el termo, el te y la letra aprendida, que lleguemos nosotros…

 DANIEL ORTIZ 

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