Perlas Escondidas - Marco A. Vértiz - Boscaje Sonoro

 

PERLAS ESCONDIDAS

Los hallazgos bibliográficos en la Biblio


Marco Antonio Vértiz, Boscaje sonoro, Buenos Aires, La Facultad, 1946, 1ra. edición. Dedicado por el autor.

Le pusimos mucho trabajo a este ejemplar: las tapas sueltas, la página con la dedicatoria separada. El papel ácido haciendo mella a las hojas del libro, comenzando por las más exteriores. Los bordes de las tapas hechos flecos. Corregimos lo más posible todo eso. El lomo aún sigue resquebrajado. Es un libro que tiene fecha de vencimiento como objeto-libro, aunque todavía no la conozcamos. Un libro que nos acompaña, pero por un tiempo más: por eso decidimos preservarlo, pues lo habíamos inventariado para el préstamo circulante, pero su estado no toleraría ese uso.

Entonces, ya convertido en Perla escondida por respeto a sus achaques, pasaremos a indagar la historia que encierra y sus calidades literarias.

Se trata de un poemario del escritor peruano Marco Antonio Vértiz, el tercero de su cosecha lírica. Se compone de tres partes: Ofertorio lírico, Estampas loretanas y Tríptico, totalizando veintiocho poemas. Alterna el verso libre con la rima AB-AB en largos versos de dieciséis sílabas donde reúne dos octosílabos a modo de hemistiquios. Se arriesga, y diría que le sale bien. Pero en general, opta por los octosílabos. Los temas son existenciales, amorosos, hasta dispares, pero también evocan la tierra de origen, el Amazonas peruano y la emblemática ciudad de Iquitos, faro cultural de su patria.

Es poco lo que podemos rastrear de Vértiz, precisamente porque pertenece a un movimiento literario que, aunque vigoroso, fue marginal con respecto al canon latinoamericano. Nació hacia 1918, y perteneció a la redacción de la revista infantil y educativa iquiteña Trocha, órgano mensual del Magisterio de Bajo Amazonas, que tuviera vida durante el bienio 1941 y 1942 dirigida por el escritor y docente Francisco Izquierdo Ríos. Una nutrida y entusiasta juventud se abigarró alrededor de esta primera experiencia editorial: Vértiz fue uno de ellos, entre varios escritores relevantes para la vida literaria local como Juan Ramírez Ríos, Ana Sifuentes, Julio César de Pina y Peña y Fernando Barcia. De esta época son sus dos primeros poemarios: Aromas de la Selva (1941) y Rumor de Frondas (1943). Sobre la obra de este Grupo Trocha, nos dice Samuel Rodríguez García: La generación que la compuso se caracterizó por presentar estampas costumbristas, leyendas, poemas y cuentos ambientados en diferentes lugares de la Amazonía. Se trata de una literatura descriptiva y realista, solemne y retórica, cuya poesía tiene como eje central –lo que la hace funcional— la intencionalidad pedagógica. No obstante, en ella no se toma en cuenta la figura del indio y solo escoge los temas del río, los animales y los árboles.” Rodríguez García reconoce una tardía influencia modernista en el grupo.

                El catedrático Manuel Marticorena Quintanilla en su “Esquema de la Literatura Amazónica” incluye a Vértiz dentro del Período de la Crisis de la República Oligárquica, en el segmento histórico de El Ciclo Postcauchero (1921-1960), aquel que siguió a la explosión de la fiebre del caucho en la región amazónica (1880-1914). En el mismo incluye a poetas como Eugenio Karr y Corona, Germán Lequerica, Daniel Linares Bazán, Raúl Hidalgo Morey, entre otros.

                Tras todo este recorrido en su tierra natal, gracias a este ejemplar entre manos podemos conocer que el inquieto joven Vértiz anduvo por estos andurriales porteños, porque publicó en Buenos Aires su tercer poemario (como había ocurrido con el primero). Y dedicó este ejemplar “Para el excelente espíritu de la sta. Leonie E. Seisdedos Orona, con toda cordialidad.” Asumiendo que se trate de una joven argentina, podemos suponer al joven Marco Antonio subido al tranvía, yendo a visitar a Leonie, munido con un paquete de masas y este ejemplar autografiado; y al llegar y pasar su tarjeta en día de visita, ser recibido, agasajado y agradecido, y hasta también, en un alarde de imaginación, podemos verlo condescender al pedido inevitable de la joven Leonie de que leyera en voz alta algunos de sus poemas. Y allí está el poeta Marco Antonio Vértiz, el iquiteño ante la porteña, leyendo algunos de sus poemas (por ejemplo, el que le dedica a Baldomero y lleva por título “A Fernández Moreno”), y desgranar sus versos con la pulcra pronunciación con que los peruanos agasajan a la lengua cervantina –pues los peruanos son formidables declamadores del más cristalino español que se hable en el continente- un habla que no reconoce fronteras sociales ni educativas, ni cometidos u ocasiones, pues todos lo hablan parejo en cualquier circunstancia.

                Se sabe que Vértiz estaba inquieto por tejer relaciones en esos años. El poema dedicado a Baldomero seguro le abrió las puertas de la calle Francisco Bilbao, la meca de los jóvenes poetas de la Generación del 40, de la mano de César Fernández Moreno. El tranvía hacia Flores lo habrá dejado por allí con otro ejemplar como este de Boscaje sonoro. Pero no se quedó allí. Encontrándose por esos años Gabriela Mistral afincada en Buenos Aires no tuvo duda en escribirle, según se puede leer en esta esquela que guarda un archivo universitario chileno:



Ahora tenemos que hacia el año 1951, Vértiz estaba afincado en la calle Ladines casi esquina Helguera, del barrio de Villa Pueyrredón. Esa es la dirección que le suministra a la Premio Nobel chilena cuando intenta tenderle un puente epistolar. Y es en esta pulida prosa donde vemos que el joven iquiteño del grupo Trocha que en su juventud adhería a la tradición hispana conquistadora, a pesar de ser amazónico, a la edad de Cristo tiene una perspectiva un tanto parusíaca de qué significa ser americano. Es el lugar de donde “saldrá en día no muy lejano la renovación mundial para mejorar a la Humanidad.”

Por el momento se nos pierde allí el rastro de Marco Antonio Vértiz. No tenemos su fecha de fallecimiento ni sabemos más de él. Sólo que entre el libro entre manos y la carta a Gabriela Mistral, publicó lo que parece ser una antología de sus propios poemas: Ritmos en América (1949). Y luego de esta carta, otra presunta reunión de poemas con el título Alboradas en América (1954). Y hasta ahí llegamos.

Perdido todo dato biográfico ulterior y pronto a desgranarse en nuestras manos las páginas carcomidas por la acidez de este Boscaje sonoro, estas palabras traen de vuelta a la memoria y rescatan al autor y a su obra. Con esto, cumplimos.

Daniel Ortiz

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