Max Hastings (Londres,
Reino Unido, 1945)
La
guerra de Vietnam. Una tragedia épica: 1945-1975
Editorial: Critica, 2019
ISBN: 978-950-4479-25-9
Periodista e historiador,
es también autor de La guerra secreta,
La derrota de Alemania (1944-1945), La guerra de Churchill, Se desataron todos
los infiernos, etc.
Un libro de 910 páginas que arranca -en texto útil-
por la página 35 y por fortuna emplea 116 páginas en agradecimientos, índices, notas,
citas de fuentes y bibliografía. Esto nos termina dando 759 netas de texto. De
las cuales nos atrevemos a suponer que el autor podría habernos ahorrado otras
159 de no haberse visto en el trance de formular continuos votos de
anticomunismo, de decir que EEUU cometió errores, pero los de Vietnam del Norte
fueron peores. Que EEUU torturaba prisioneros o mataba a la población civil del
sur, pero que en Vietnam del Norte se hacía lo mismo en proporciones mayores seguramente. ¡Epa! Ese seguramente relativiza toda la frase.
Porque denota que no está seguro, que se lo supone pero con mucha fuerza y
convicción. Pero no somos tontes, eso no es certeza documentada. Como Hastings
se esmera, además de ser completo y pretender abarcarlo todo, en mostrar sus
fuentes, no tiene más remedio que confesar que
no dispone de fuentes de Vietnam del Norte, ni chinas ni rusas, pero
rápidamente se consuela y nos explica el motivo, el mismo que abastece a toda
su obra: en el norte de Vietnam –en todo el mundo comunista- no hay libertad
(ahora no la hay en toda Vietnam, nos anoticia), entonces no pudo acudir a
fuentes públicas y disponibles como sí las hay en el mundo libre al cual
Hastings pertenece.
Con todo eso el libro amenaza continuamente
convertirse en un bodrio en las 600 páginas restantes. Muchas veces el nivel de
detalle de decisiones rutinarias de bombardeos estadounidenses, por lo
repetidas durante la guerra, pasan a anestesiarnos, a decir nada. Aceptamos con
sinceridad que nos avise que tenga nada que hacer con que tantos, pero tantos
vietnamitas de todos los puntos cardinales, se llamen Nguyen (contamos 43), y
entonces no nos queda más que perdernos con resignación en ese (para nosotros)
cacofónico onomástico. Pero lo mismo nos termina pasando con tanto Joe, Jack,
John, Jim, etc. A pesar de ello en varios pasajes la lectura se hace fluida,
sobre todo cuando hay algún atisbo de humanidad presente en esas líneas. Pero
en general, uno quiere terminar pronto este libro para pasar a otro.
Daniel Ortiz
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