SUDESTADA DE AUTORES


Sudestada de autores

En esta sección damos a conocer a algunos de aquellos autores que han donado sus propios libros
a la Biblioteca Popular Sudestada para incorporarlos a nuestro patrimonio bibliográfico.

Florencia Lobo
El lento deambular de las tormentas


Florencia Lobo, joven poeta que presentara el pasado 24 de agosto el último libro de Juan Bautista Duizeide (Noche cerrada, mar abierto), nos donó un ejemplar de su primer poemario: El lento deambular de las tormentas, publicado por la editorial El Surí Porfiado

El mar, las tormentas, los archipiélagos, son algunos de los elementos utilizados en la poesía de esta tucumana criada casi desde su nacimiento en Ushuaia. Al dejar el mar perdimos las agallas… nos paralizó la orilla nos dice (“Historia”). O, en “Fulgor de la tormenta”: no hay nadie acá / más que el silencio / fabricando su escultura imposible / con las palabras nunca dichas. Y en “Pregunta”: ¿Quién es la que habla en mi / si al querer decir mar / digo borrasca. En “Archipiélago”, leemos: se entra en la palabra archipiélago / buscando islas / (…) toda palabra es por fuera un borde / y en el fondo agua /siempre removida.


En ése último poema y en varios otros, encontramos una clara estética delineada por Florencia Lobo. En “Los muertos queridos”, en la misma sintonía que “Archipiélago”, afirma: Y de qué voy a escribir / si no es de los muertos queridos / de los huecos en las sombras o en el aire / de los gestos que se han ido. (…) Es un poema el que yo busco pero es otro / el poema que me encuentra. Más explícito desde su título (“Poética”) es este otro postulado: Lo que se quiere decir. / Lo que se dice / en el medio, / la lengua / bailando en el abismo de la boca / escarbando en el silencio / la ceniza indecible / la palabra perfecta / la que no existe. Porque, y volvemos a “Los muertos queridos”: quiero dejar correr la dulce acequia / y en cambio escribo arena, espina, ardor / piedra, hueso, ventolera.

Pero no sólo el mar y sus elementos son los temas, los pretextos, para la poesía de Lobo. También el amor (como en “En cualquier aire, en cualquier rumbo”), la perplejidad (sueñan los santos / también / con creer en algo, del poema “Santuario”) o el sentido mismo de la poesía, como bien lo dejan en evidencia estos versos de “Búsqueda”: De qué me sirve hoy / si digo magia / urdimbre / mundo / y ninguna brasa se enciende / nada estalla / y se hace añicos / en el aire.

En definitiva, para Florencia Lobo todo puede ser objeto / preciso de la poesía / menos la poesía: / la palabra que nunca / la palabra que siempre / silueta inasible / sombra sin cuerpo / canto sin pájaro / tan árbol / sin palabra árbol / sin idea de árbol / voz arrebatada / a donde / a quien.


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Federico Lorenz
Montoneros, o la ballena blanca
Los muertos de nuestras guerras


Federico Lorenz, bien conocido como historiador del pasado reciente argentino, con sólidos ensayos sobre la guerra de Malvinas o la represión sobre los obreros navales de San Fernando y Tigre durante la dictadura, se anima a la ficción con dos novelas publicadas por Tusquets y que nos enviara a la Biblioteca a través de Juan Bautista Duizeide. La primera (Montoneros, o la ballena blanca), es una muy ágil narración sobre varios militantes de una “patrulla perdida” de Montoneros, que buscan cómo continuar el trabajo político durante la dictadura, aún durante la Contraofensiva (de la cual les llegan ecos lejanos) y hasta el mismísimo año 1982. Que, en nuestro país, es sinónimo de Malvinas. En su segunda novela (Los muertos de nuestras guerras), ambientada tras la Primera Guerra Mundial, se narra la difícil relación entre un oficial galés que debe identificar cuerpos de soldados británicos muertos en combate, con el fotógrafo inglés que lo acompaña para documentar el trabajo. Tema, junto con el de la memoria –también presente en la novela- nada ajeno a la sociedad argentina, aunque esta historia transcurra lejos.


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Romina Paula
Tres obras (Fauna, El tiempo todo entero, Algo de ruido hace)



Romina Paula, al visitarnos en la Biblioteca para su charla junto con Alejandra Kamiya y Débora Mundani, nos donó el libro que reúne sus tres primeras obras teatrales estrenadas: Fauna, El tiempo todo entero y Algo de ruido hace.

Una obra dramática sólida se evidencia en estos tres textos de la joven dramaturga. Como señaláramos en el transcurso de la charla con las escritoras, el tema de la búsqueda de los orígenes está presente también en al menos dos de estas piezas. Las relaciones familiares distorsionadas, equívocas, al límite (o más allá) del incesto, constituyen también tema de las mismas. Las relaciones humanas parecen siempre condenadas al fracaso, no hay un horizonte optimista para los personajes de estas tres obras, que fluctúan en una zona de ambigüedad antes que de dualidad, donde nunca consiguen establecer compromisos ni afectivos ni éticos, sino que todo acontecer pareciera ser un accidente inexorable que ni se busca ni se puede evitar. Muy notable es el poderoso juego intertextual que realiza la autora en su primera obra (Algo de ruido hace, estrenada cuando tenía 27 años), con el cuento La intrusa, de Borges, del cual explícitamente toma tanto el epígrafe como la narración de su trama en la inquietante escena final.

Con este volumen, los lectores de la Biblioteca Popular Sudestada podrán conocer en su faceta dramatúrgica a una autora que tiene bien demostradas sus dotes como novelista en libros que también integran nuestro patrimonio bibliográfico.

Daniel Ortiz


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Pablo Andrés Vassel (Compilador)
Memoria, verdad, justicia y soberanía. Corrientes en Malvinas.


El ex subsecretario de Derechos Humanos de la provincia de Corrientes, Dr. Pablo Vassel, visitó en el barrio distintos colectivos culturales, exponiendo sobre la investigación que realizara desde la función pública, en un derrotero acompañando a los ex combatientes correntinos, que comenzara mucho antes de llegar a la misma.

El libro es la desgrabación de testimonios orales filmados en video, donde Vassel brindó un ámbito de escucha a muchos hombres que fueran, en 1982, los jóvenes conducidos a la guerra. Es, entonces, un libro que toma testimonios de soldados correntinos que fueron a la guerra, y cuentan la experiencia no sólo bélica, sino de privaciones alimentarias, castigos crueles, estaqueamientos y un homicidio. Mario Benjamín Romero, ex combatiente, es claro en eso: “(…) la verdadera historia cada uno cuenta a su manera. Capaz que hubo otro soldado que tuvo otra experiencia y el conjunto de todas esas experiencias hace que se pueda llegar a una conclusión de lo que realmente pasó, por qué se perdió la guerra de Malvinas.” Esta afirmación cobra más valor a partir de que los testimonios provienen de soldados que cumpliendo el servicio militar en los mismos regimientos de una sola provincia (Corrientes), eran enviados a cubrir la misma posición en las islas. De esto se desprende una reiteración de versiones sobre situaciones que, a la vez que focaliza en demasía el marco de los episodios, en desmedro de la amplitud del contexto, por otro lado refuerza con creces la veracidad de lo que se afirma. El dato cobra relevancia atendiendo a la primera parte del libro, donde se transcribe la denuncia penal efectuada por el autor (en el marco de su función pública) por violaciones a los derechos humanos sobre los ex combatientes, ante los tribunales de Tierra del Fuego. Este gesto, y la aceptación de la competencia territorial, constituyen un hito formidable en el ejercicio de soberanía al proclamar al mundo que un delito cometido en suelo malvinense, debe ser juzgado por tribunales argentinos. Lamentablemente, la investigación no pudo abrirse merced a la renuencia de una sala de la Cámara de Casación, que consideró prescriptos los delitos denunciados (o sea, no los consideró de lesa humanidad) y la Corte Suprema de Justicia de la Nación rehusó considerar la cuestión al ser recurrido ese fallo. La cuestión ha llegado a los tribunales internacionales.

Daniel Ortiz

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Juan Bautista Duizeide
La canción del naufragio


 

En “El cuento por su autor” (Página/12, 02/01/2015), Duizeide, explicando su cuento Distancias, nos refresca disimuladamente su plan estético de vida: cuenta que buscando una nueva mirada en La Boca para el Proyecto Orillas que viene realizando junto con Fabiana Di Luca (www.proyectoorillas.blogspot.com), dio con un lugar donde había amarrado hacia 1980 con el King o el Murature en una de sus tempranas travesías. Debemos haber compartido navegación, porque yo también me acuerdo de ese lugar que parece tan ajeno a Buenos Aires. Y que con el peso de la herencia de tantas miradas que recorrieran La Boca, dio en contemplar al botero que cumple el servicio La Boca-Isla Maciel (ahí también me llevaron otras travesías, siguiendo a mi equipo de fútbol en el ascenso): divagando, cayó en la cuenta que esa breve singladura, repetida ida y vuelta en décadas, daba la sumatoria en millas náuticas de una vuelta al mundo. Y sin salir del Riachuelo.

         También la vida, la tierra, la sociedad, la política, las ideas, el amor, los proyectos, los amigos, todo, se puede narrar sin moverse del mar. Y en esto anda Duizeide desde hace varios años. Y pareciera que por muchos más –acaso todos- no piensa moverse de ahí. Como en esa canción de La Portuaria, donde el protagonista se propone mirar todo el mundo desde ese bar de la calle Rodney. Y, en esa “ciudad de brujas y de asfalto, un puerto sin salida al mar” dice La Portuaria que “si navegar es tan preciso, hoy voy a sentarme en el bar, a viajar, perdiendo el tiempo, perdiendo el tiempo yo voy viajar.”

         Eso es lo que hace el protagonista de la novela, Martin Reyero, cuando acepta embarcarse como relevo del tercer piloto en un cascajo flotante de bandera argentina, un granelero llamado Caleta Leona. Pasa su última noche en un bar y perseguido por la melodía pegajosa de Lambada (“Chorando se foi…”), embarca en ese sarcófago oxidado. Desfilan personajes que son todos entrañables, salvo el primer oficial Daniel Ortiz, quien sin embargo, para el entendido y a su modo, es apenas uno más de los inadaptados que sólo encuentran un lugar en el mundo si es a bordo: “Para qué se habría casado Ortiz. Si conviene que nada ate a tierra a un navegante. Para qué se casaría la gente. Si conviene no tener nadie a quien extrañar. Para qué se habrían casado sus padres. El se había prometido, para siempre, soledad.” Especialmente querible es el tal Galleta, un piloto de tierra adentro que no forma parte de la tripulación y que sólo es mentado en las remembranzas del protagonista, en zonas donde el autor juega a su gusto sobre las fronteras de la ficción y la crónica.

         La novela-canción transcurre en cuatro partes: Vísperas (largo); Singladuras (andante); La voz del escobén (scherzo); En la bahía (finale presto). Cada una, con una portada ilustrada por Fabiana Di Luca. El listado extenso de agradecimientos nos hace ver a un autor cuando menos amable y seguramente bastante acompañado, a diferencia del solitario Reyero. El iniciado en la ya importante obra de Duizeide podrá hallar en estas páginas una versión ficcional de los temas desarrollados en Crónicas con fondo de agua. Vidas secretas del Río de la Plata (2010).

         Hace tiempo venimos señalando que se va forjando un corpus de relatos y poesías de una época reciente que desafía a la memoria del impaciente argentino de clase media, que hace de la uña encarnada un cáncer del alma, y es tiranizado cuando no puede comprar divisas para atesorar. Nos referimos a la década infame del menemismo, que algún día habrá que explicarles a los jóvenes, como se enseña la dictadura, porque también parece cuento. En esta misma sección hablamos de lo arduo que era narrar el vacío que deja lo que se destruye, la nada, los tiempos en que la ilusión era utopía privada; comentando los libros de Gabriel Reches La Caja y La evolución – VERSION DOS decíamos: “¿Cómo narrar lo que no se hizo, el vacío, lo que se perdió, lo que se dejó pasar, lo que se olvidó, lo que se esfumó entre uno a uno, champagne y frivolidad institucionalizada?”

La canción del naufragio se inscribe en esta gloriosa épica: narrar el obsceno vacío noventoso. El que se llevó la flota mercante estatal mientras el Presidente decía que la Ferrari Testarosa es mía, mía, mía. Y el recuerdo de esa flota, de esa Argentina, va a estar con él adonde vaya (va a estar con el ficticio Reyero, pero éste no lo sabe todavía a bordo por entonces del Caleta Leona, como ya lo sabe Duizeide en tierra, hoy en día). Y en el recuerdo de los barcos que se malvendieron o se hicieron chatarra lloraremos, como al recordar a un amor que un día no supimos cuidar.

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Silvia Manzini – Obra poética y una crónica de viaje (seis volúmenes)

 


         Nos anuncian que una persona traerá los libros que escribió su madre. En el cúmulo de tareas que afronta el voluntariado de la Biblio, alcanzamos a recordarlo cuando cierta tarde un joven amablemente nos deja seis libros y se va. Apenas comenzamos a leer tan poderosa poesía, nos dan ganas de saber más sobre la autora, y buceamos sobre ella en la web. Pero la encrucijada llegó demasiado tarde para nosotros: nos enteramos que Silvia Manzini, poetisa y psicoanalista, ha fallecido hace pocos meses.

         Decidimos leer en orden cronológico la obra. Para poder apreciar un derrotero. Nave a la medianoche (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1993) ofrece una absoluta economía de palabra en provecho de la imagen. Son poemas que gozan de la “fugitiva belleza/de las estatuas”. Hojas de viaje (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 1996 y Segundo Premio Nacional de Poesía 1995) es un recorrido literal por sus viajes, un esquema que ofrecerá, en prosa, en su último libro (Viaje de los vientos). Se nos presenta, entrañable y compañera, La Habana. Las escalas son lugares, pero son aún más las personas que jalonan esos lugares. En el capítulo dedicado a Manhattan hay impecables viñetas humanas, breves como haikus. Y el regreso es a Buenos Aires. En Notas del extravío (Buenos Aires, Botella al Mar, 2000) la autora juega profusamente con los significantes, apelando a contrastes semánticos, descomponiendo sucesivamente a la palabra en sus fonemas, recombinándolos, y dotándolos de nuevo significado: clan*destinos, arte-facto, Yabasta y particularmente en todos los poemas del capítulo Notas de inxilio, ejercicio continuo de deconstrucción de la palabra. La ambigüedad toma cuerpo en este poemario, donde suena el eco de Pizarnik –ha de haber ejercido su influencia en la autora- en una poesía que es expresión del silencio del exilio interno.

         Afloran los poemas militantes en Che Orfeo (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2005). El mismo ejercicio con la palabra del poemario anterior. Por ejemplo, los múltiples significados de Che, o lo que nos dice la Eurídice (Eurí dice) de este Orfeo. Manzini es una cronista de los tiempos que le tocan vivir: y en el capítulo Ciudad Crónica, tenemos el poema de diciembre de 2001, el de los vuelos de la muerte, el de la Plaza con pañuelos reclamando, el de Darío Santillán (y hasta, intercalada, una estrofa del propio Kosteki), el poema de los bombardeos del 55, el poema a Ella, la misma que Walsh llamara Esa mujer. Podríamos afirmar: para Manzini, las palabras constituyen acciones, es una poesía que constituye en sí misma un hacer.

 

         Hospital de Tigre (Buenos Aires, Eloísa Cartonera, 2010), explica una nota final, es el “cuaderno de bitácora o de batalla, nombre con que también llamo a estos bosquejos de aciertos y desaciertos de nuestra épica cotidiana y hospitalaria”. Manzini encuentra poesía en su experiencia clínica cotidiana: “Ay, remedios. No hay.” En los impacientes que acuden, dolorosos, hacia los que ejercen tamaño oficio (historias en guardia / historias tamaño A4 / tamaño oficio / Romaní / tabloide). Encuentra poesía en esas historias clínicas de enfermeros y médicos que luchan por el hospital público, que discuten sus huelgas, que cubren de su sueldo lo que el presupuesto de ese Hospital de Tigre no provee. Médicos como el Dr. Valentín Nores, ese Director que el día que debe entregar su viejo hospital, porque se mudará, el último día, luego de atender al último paciente anotado en el libro, se convierte en el último paciente de su Guardia, y fallece en su trinchera (Entre dos muertes). Hay espacio para la crítica a la salud mental (Arte-sanas, Motor fuera de borda) y otra vez nos acomete la evocación de Pizarnik y su Sala de psicopatología, escrito en la estadía de Alejandra en el Pirovano.

 

Una crónica es, como adelantáramos, Viaje de los vientos (Buenos Aires, Eloísa Cartonera, 2013). La autora ha viajado a Tilcara, a la Abra Punta del Corral, a Titicaca, a Cuzco. Es su propio encuentro con el Tahuantinsuyu, junto a los sikuris porteños que acometen el apunamiento, las fatigosas caminatas, en los lugares (como siempre, los lugares son personas para Manzini) que canta el wayñu Doña Ubenza.

Silvia Manzini está para siempre con nosotros, en la Biblioteca Popular Sudestada.

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Mary Ablin
Poemas Militantes
(poemas ilustrados con esculturas de la autora)



E
l poemario de esta autora, cuyo primer libro de relatos (Entre la mufa y el miedo) fuera prologado nada menos que por César Tiempo, se divide en dos partes bien definidas. Una es homónima con el título del volumen. La otra, se titula El profundo volcán de la escultura.

En la primera parte suena la palabra urgida por la inminencia del llamado a rebato, por la partida urgente: es el grito que clama –con peligro del que clama- el que denuncia la pérdida, el sacrificio del hijo en la lucha, el que escupe verdades al opresor.

En la segunda parte la poetisa es también escultora -es artista- y una representación fotográfica de sus esculturas precede a los textos. Podría suponerse que los textos también vinieron después de esculpir, aunque ¡cuánto se parece la labor del poeta a la del escultor, puliendo excedentes hasta que la materia (palabra, madera, arcilla), encuentra la precisa forma que está llamada a tener! Estos poemas no dejan de ser militantes, y la inspiración mitológica helénica es confirmación de que repetimos desde hace siglos algunas circularidades vitales hechas mito. En ese periplo que termina en la muerte: “Cuando la noche me abrace / caminando hacia el último exilio… / dejaré caer las certezas, / las lágrimas, el olvido (…) / y solamente sola / navegaré al misterio del oscuro desierto”.

Mary Ablin tiene una vasta trayectoria en periodismo, literatura, escultura y producción televisiva. Nos visitó el 25 de mayo trayéndonos su libro para la Biblio. Un libro junto con el cual Sudestada podría decir: “nos estábamos buscando”.

Daniel Ortiz


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Juan Bautista Duizeide
Alrededor de Haroldo Conti



Juan Bautista Duizeide no solo es conocido para los socios de la Biblio por haber presentado con nosotros su novela “Lejos del mar”, o por sus colaboraciones en el boletín mensual, sino también porque buena parte de su obra publicada se encuentra en la Biblio, donada por el autor (la antología Cuentos de navegantes, las novelas y cuentos Kanaka, Confín y Lejos del mar, las Crónicas con fondo de agua, y la antología del Concurso Nacional para Jóvenes Narradores Haroldo Conti 1994, 1995, 1996 donde comparte el volumen con, entre otros, Leopoldo Brizuela y que prologara nada menos que Miguel Briante).

         No ha sido la excepción su último libro, en cuyo encasillamiento uno padece algunos tropiezos, porque lo que semeja de entrada ser una biografía vital y literaria de Haroldo Conti, es a la vez un ensayo profundo sobre el canon literario nacional, sobre los forjadores de lo que se debe leer, y en general sobre la literatura argentina. No escapa al libro, tampoco, la evaluación histórica de la Argentina del siglo pasado, ni la crítica a una categoría especial de escritor que no se lee: el escritor desaparecido, el que vale porque fue atravesado por la desaparición forzada de su persona pero que, por ello, es puesto a salvo de la crítica y hasta de la misma lectura (lo cual es una terrible forma de olvido, cual segunda desaparición). Elocuente es, entonces, que el libro esté dedicado así: “En memoria –y discusión- de Haroldo Conti, Roberto Santoro, Humberto Costantini, Miguel Ángel Bustos, Enrique Raab, Raymundo Gleyzer y Mario Roberto Santucho”.

         Alrededor de Haroldo Conti se presentará este miércoles 19 de marzo, a las 19:30 hs. en la Biblioteca, y el autor de esta reseña coordinará la charla del público con Juan Bautista Duizeide y Marcelo Conti, hijo de Haroldo, que nos acompañará en esta ocasión tan especial.

Daniel Ortiz


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Javier Noya
Cuarenta



Javier Noya, quien ya había publicado en antologías y en su propio blog Letras en tránsito (http://www.javierfnoya.blogspot.com.ar), saca a la luz su primer poemario en libro.

         En el aspecto técnico, se alternan los poemas en verso libre y los poemas en prosa, y hasta dos prosas a modo de prefacios. En estas últimas el autor ofrece su propia estética, en la cual pone de manifiesto su esperanza de que la palabra autor sea un sustantivo colectivo. Dicho manifiesto estético se completa en dos de las poesías: No creo en las palabras y Palpar la verdad.

         En cuanto a los motivos más recurrentes en estas páginas noyanas, destacamos en primer término los diversos poemas que se refieren al tedio y al conformismo, cual espectador de la propia vida que fluye (Costumbres, Tentativa perpetua, Modernos Post (mortem), No quiero cura, Tranquilidad y otros) junto al tema del duelo por cierta pasión que fenece (Costumbres, Cuando a la Luna, Mirada detenida, etc.) Pero también el poemario se abre a una esperanza por cierta pasión en albores: lo vemos reflejado en Precoces brisas veraniegas, Palpar la verdad, Poema inexplicable, Causas mojadas y Dejemos las cuentas claras. Las hay, también, exploratorias de la condición humana, tanto en sí misma considerada como en su relación con lo absoluto. Y ahí tenemos a Nada techo, Cerati, Hombre-hambre y vejez contemplando, Bordes, Requiem para Fernanda, Retoques, Deseos, y otros.

         El puro lirismo comparte espacio con el prieto delirismo que sólo espera el ojo que mire al verso con la lente adecuada y, apropiándoselo, lo dote del más prístino sentido, haciendo praxis el postulado estético –que es expresión de un incorruptible deseo- de que la palabra autor sea ese sustantivo colectivo que comprenda -que necesite- al lector.

Daniel Ortiz
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Gabriel Reches
La evolución – VERSION DOS y La caja
 

Es habitual esgrimir la crítica de los libros singularmente considerados, y quizás ello sea inevitable, porque los autores van publicando sus libros de a uno por vez; pero en cierto momento, cuando se pide la cuenta de la vida, el autor ya no está vivo sino muerto, y es ese glorioso momento en el cual –en el mejor de los casos- varios comedidos corren a hacer el panegírico del escritor suministrando un balance de toda la obra, porque ya no podrán modificarla más: todo lo escrito ya está escrito. Editores mediante, hay una mentada sobrevida, porque es muy posible que al escritor muerto le sobrevivan manuscritos inéditos y alguna viuda e hijos (o viudo e hijos), y entonces hay que hacer de nuevo la cuenta y ver qué balance resulta.

Vayamos a los bifes y hagamos un sub-total de la obra de Reches porque, a la fecha (mediados de este 2013), está vivo y se lo ve por la calles de Florida, muy cerca de nuestra Biblioteca Popular Sudestada. Interpelado por su oficio u ocupación expresa en primer término los varios afanes que le brindan sustento para luego concluir en la escueta admisión de que sólo se trata de un poeta. Nos hacemos de un listado donde se enumeran los poemarios Gómez (1997), El resto (2000), Strip (2001), Hamster en la Rueda (2002), La evolución (2005), 6 series (2008), Es el fin del mundo, tía Berta (2012) y la novela La caja (2008). Es más que seguro que se nos escape alguno y también habrá que mirar los diarios en pos de varias notas dispersas. Siendo que motu proprio entregó a este crítico los dos libros mencionados en el título, en mano y sin recibo ni beneficio de inventario, lo que en realidad se procederá a anotar es un parcial subtotal. Todo este introito para justificar el análisis conjunto de parte de una obra, y no de un libro aislado. Ahí vamos.

No interesa cuánto material biográfico hay en La caja y no se nos ocurriría preguntárnoslo. Pero en La evolución – VERSION DOS, el autor mete a la poesía en su escenario vital y nos da algunas pistas: se expresa en primera persona, está su mujer, está su hija mayor y ronda a los tumbos una perra ciega. Creo que la literatura nacional va acometiendo la narración de una década que avergüenza haberla vivido, sea lo que fuere de digno que uno hubiere hecho en su transcurso: los noventa. ¿Cómo narrar lo que no se hizo, el vacío, lo que se perdió, lo que se dejó pasar, lo que se olvidó, lo que se esfumó entre uno a uno, champagne y frivolidad institucionalizada?

Ambos libros son emergentes de esa época: en la novela, en tiempo presente; en el poemario, como un fantasma que aún agita sus sábanas.

La poesía de Reches hace economía de palabras, de puntuación, de artículos, de nexos. Requiere un lector que complete la escritura. A veces, que termine la frase. Nos hacemos cargo, porque el poema nos invita: “Digo estas cosas por si acaso / alguien las reúne bajo un sentido.” El tema está a la vista en el título. Su estructura en cuatro partes, en el índice. Podríamos ver un nacer, un ponerse en movimiento, un perder(se) que duele, un terminar. Se nace con ondas expansivas y contracciones, ondas que son sonoras, acuáticas, concéntricas. El nacimiento expulsa con contracciones del plácido mundo líquido amniótico y a la vez invade el mundo al que es expulsado el cuerpo. Puesto el cuerpo en el mundo, se mueve, ocupa su lugar, busca su forma singular, se apropia de un nombre (Nina) y ese trajín pone en movimiento las agujas del tiempo. Ya en franca evolución –que, se nos avisa, puede ser hacia atrás- el pariente (el que ha parido lo que ha engendrado), muestra su precisa evolución hacia atrás: duelen los huesos (todavía menos que todos, señal vital), se ciega la perra, y también lo que se ha puesto en el mundo participa del dolor, o al menos de una de sus formas de expresarlo y de expresar otras cosas: “El llanto de Nina / es tercer elemento en el poema.” La travesía se hace sobre un automóvil que tiene cuatro ruedas: el azar, la gracia, lo porvenir, la muerte. Peligrosa cualquier pinchadura: “quién sabe qué rueda es qué cosa”. El poema llega a su declinación, a su terminación, a su fin (pasa a ser finado): la evolución de Nina ya no tiene vuelta atrás cuando adquiere la palabra. Más aún: cuando las inventa. Y en el poema final, el nexo con la novela, la evocación del padre muerto del autor-narrador: “Nina sube a su auto y se / estrella. Lo de mi padre fue  / de todos modos más / grave –un camión de basura que embistió / mi opción de ver / el mundo como hija y triciclo.” Mitad del recorrido.

Pasamos ahora a La caja. No aspira a un género, pero es legítimo etiquetarlo como un policial negro. No hay enigma, no hay misterio, no hay culpable ni se lo busca (ni se lo encuentra). Es la materia de un policial negro que no llega a ser policial negro porque el protagonista, El Ruso, no termina de abocarse a nada de lo que se propone comenzar, pues padece del síndrome de la voluntad inversa. En su mundo, nada es lo que parece ser: Tilo no es un tipo, Mofanti recibe ese y otros diez nombres distintos, Marcelo Valevich elige ponerse un seudónimo, por las dudas, los pibes chorros son de Comu (ahí el autor dio en una fibra sensible de quien esto escribe), Simón Rave puede ser que resulte un invento, no estamos seguros ni aún luego de dar vuelta la contratapa. El que avisa no traiciona, y el narrador (¿o el autor?) advierte que quizás no todo es como lo cuenta. El eje, por lo menos así lo veo yo, está en Jaime Zar, el padre de El Ruso, que ha sido arrollado en la infancia de éste por un camión de residuos patogénicos. La caja del camión y su mugre letal -por partida doble- lo han quitado del mundo cuando el adolescente en ciernes aún no había ajustado las cuentas con su padre. Apenas había empezado a pergeñar su parricidio simbólico que la puta realidad le vino a cumplir esos deseos que, en rigor, uno no quiere que pasen de deseos si se trata del progenitor.

Entre todas las cosas que le pasan a El Ruso, porque él está en el medio y todo le pasa, está que una deuda que no le pagan –una estafa de la que fue víctima- se le termina saldando con un teclado que a él no le interesa, pero que viene en una caja. Y –vueltas de la vida- la caja termina alojando a un muerto. No es novedad: en la civilización en que estamos inmersos –la que nos pasa- metemos a los muertos en cajas de madera y así los mandamos adonde no podemos verlos. De modo que lo que le pasa al protagonista es que los muertos y las cajas le establecen una circularidad de la que no puede sustraerse –cajas de teclados, cajas de camiones, cajas de muertos- porque padece el mentado síndrome de la voluntad inversa y si de algo quiere sustraerse, termina inmiscuyéndose más en ello. Eso, a pesar de que El Ruso pugna todo el tiempo por parecerse a lo que desea ser.

Podríamos seguir, pero terminaríamos dando demasiadas claves y contando el final. No es el caso. La narración es sólida, el autor sabe de punta a punta qué quiere hacer y hacia dónde va, confía en sus lectores y consigue con creces salir airoso de un desafío cardinal: ¿cómo contar el vacío de una época? Lo que se omitía hacer, lo que se perdía, el despojo. Reches lo consigue: narrando el hueco de sus cajas vacías deja a la vista el obsceno vacío noventoso.

Daniel Ortiz


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